Zapatos de boscal, un relato de Jordi Lara

9 junio, 2020

En el extremo derecho, el zapatero José Lara Peña en 1943, y en el izquierdo su hijo Juanito, abuelo y padre del autor.

Este relato está incluído completo en el libro de relatos Mística en cueros

El escritor Jordi Lara

Unos días antes de cumplir los ochenta nuestro padre dijo que no hacía falta, pero que si nos apetecía hacerle un regalo de cumpleaños quería unos zapatos como los que hacía su padre, con empeine de becerro y suela de cuero de toro.

 

El Santuario de la Cabeza

—Pues mi tío abuelo murió por eso. Por España.

Damián mascaba chicle en el umbral de una puerta.

El silencio se hizo eterno, mi padre fue rápido.

—Pues claro, chico. El capitán Cortés, un gran hombre. —Y añadió—: Precisamente mañana queríamos ir a visitar el Santuario de la Cabeza, ¿verdad, Jordi? Porque reposa ahí,¿no?

Evidentemente lo quiero más de lo que sabría demostrarle o tendría el valor de decirle. Pero aquel sapo ya no iba a tragármelo. Me levanté.

—Pero ¿y los zapatos, papá? ¿Qué hay de los zapatos del abuelo? —le solté en catalán huyendo hacia la balconada; no sé si captó la amargura o la ironía, no lo miré.

 

Miguel Hernández arenga a los milicianos durante el sedio del Santuario de la Cabeza.

—Ahí lo tienen. Vean. Dicen que desde aquí el poeta Miguel Hernández lo bombardeaba día y noche; de día con poemas y de noche con obuses. ¿O era al revés?

El combatiente Miguel Hernández se había pasado meses declamando por los altavoces de campaña poemas de ánimo a los milicianos que asediaban el santuario […] Miguel Hernández llegó a tiempo de ver pasar entre cadáveres y excrementos unas angarillas con un hombre que tenía el vientre desgarrado y el dolor del honor en el rostro; Santiago Cortés murió al día siguiente al mediodía tras una chapuza de intervención quirúrgica, y fue lanzado a la fosa común de Andújar, de donde lo exhumaron en 1945, incorrupto, decían, y todavía con la guerrera verde, para enterrarlo con toda la pompa franquista en la cripta del nuevo santuario.

 

Santiago Cortés en el lecho de muerte

 

Santiago Cortés tenía treinta y nueve años, ganas de pelea y una mala leche probada; no hacía mucho que se había visto sancionado por sofocar con demasiado nervio una manifestación de jornaleros en su pueblo natal. Al cabo de una semana de confinamiento en el santuario, el comandante Nofuentes aceptó la entrega del lugar y las armas; durante la evacuación, el 14 de septiembre, de repente el joven capitán Cortés encañonó a su superior, retuvo armas y personas y se hizo fuerte en el santuario como cabecilla. Empezaban nueve meses de quimeras, sangre y miseria.

 

El Santuario de la Cabeza tras el asedio

Lo cierto es que las dudas historiográficas sobre la actuación de Cortés eran muy razonables: la desobediencia a un superior, niños utilizados como escudo humano, mujeres tiroteadas desde el santuario cuando querían huir de él…, pero todo ello importaba poco a don Luis. Él quería demostrar sobre todo la superioridad heroica de los sitiados en el Santuario de la Cabeza en comparación con los sitiados en el Alcázar de Toledo.

 

 

¿Queréis saber más sobre el relato y sobre su autor? Entrevistamos al escritor Jordi Lara.

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