Stefanie Kremser

Stefanie Kremser: «He aprendido que se puede tener la sensación de pertenecer con las pequeñas cosas»

21 mayo, 2020

Quedo con Stefanie Kremser delante de la editorial, en la calle Trafalgar. Trafalgar es la calle del antiguo consulado de Bolivia, y Bolivia es uno de los hogares de Kremser. Almuerzo en el Cochabambino, donde venden sopa de maní con patatas fritas por cinco euros. Me dice que ella también ha estado tentada de entrar, quizá para reencontrar las delicias que seguro que alguna vez le preparó su abuela boliviana o Feli, la mujer quechua que vivió toda la vida con su abuela. Kremser es guionista y autora de cuatro novelas: Calle de los olvidados, Postal de Copacabana, El día en que aprendí a volar y Si esta calle fuera mía. El título de su última novela es una canción brasileña que suena así.

¿Con qué te quedarías, de tus estancias en Bolivia con tu abuela y la sirvienta indígena, si tuvieras que escoger un solo recuerdo (que salga o no en la novela)?

Con haber ido, con las dos, a la fiesta de la Urkupiña, una virgen seguramente adaptada de la Pachamama. Estábamos entre miles de personas que peregrinan a una montaña para sacarle una piedra como símbolo de un deseo. El año siguiente vuelven para devolver la piedra, juntamente con regalos de agradecimiento, dinero y coches de juguete. Todo eso entre la cacofonía de los diversos músicos que se pagan para tocar una ofrenda, y chicha, y comer, con la montaña hecha un queso suizo de lo agujereada que está, todo rodeado de nubes de arena y el clinc-clanc de las hachas excavando piedras… Una auténtica locura. ¡Y los ojos iluminados de mi abuela y de Feli! Inolvidable.

¿Tu castellano todavía es boliviano?

Un poco… cuando hablo un rato con bolivianos me sale.

«Un camaleón por dentro, no por fuera»; ¿solo te has sentido así en Alemania? ¿En Brasil o Cataluña no te sientes alemana?

Me he sentido así a menudo, en el sentido de que deseaba que no me encasillaran por mi aspecto. En Bolivia y Cataluña: «Tienes cara de gringa y de guiri, entonces eres de fuera». En Alemania: «Tienes cara de alemana, entonces eres de aquí» aunque, para mí, este «de dónde eres» siempre era más complejo. Solo en São Paulo, donde crecí, y en Nueva York, donde viví durante un año, no me pasó, porque son ciudades de inmigrantes, con tanta mezcla que no hay un aspecto «nacional» definible. No puedo hacer ver que soy de donde burocráticamente no soy, pero tampoco me siento representante del país donde nací. La versión más fácil no tiene exclusividades: me siento medio alemana, medio brasileña, aterrizada en Cataluña.

Si esta calle fuera mía es autobiográfico y literario. Unas mémoires en forma de novela. ¿Por qué sentías que tenías que hacer este primer libro de no-ficción justamente ahora, después de tres novelas de ficción?

Con la llegada de una postal misteriosa se desencadenaron una serie de hechos en la vida real que me hicieron decidir explicarlos sin el velo de la ficción… aunque con el filtro de la literatura. Con la experiencia de los libros anteriores me sentía suficientemente preparada para probar de escribir un libro de ensayo autobiográfico, con el objetivo de que tuviera un estilo literario y una dramaturgia compleja, casi de novela. En cierta manera, como género que retrata un aspecto de la vida desde un punto de vista subjetivo, me ha hecho volver a los orígenes del cine documental de autor, donde me había formado; la diferencia es que en lugar de una cámara he utilizado palabras.

Eres guionista; ¿cómo crees que la profesión de guionista o el mundo audiovisual influye en tu obra escrita?

Quizá en la visualidad, en construir, con palabras, imágenes y espacios y paisajes literarios que transportan las ideas. ¿Quizá una noción de ritmo, también? No lo sé, pero a veces mientras pruebo de solucionar problemas estructurales de un manuscrito tengo la sensación de estar en una sala de montaje.

¿Qué es, Herren?

Es el último largometraje que he hecho como guionista y que se estrena este año en ARTE, el canal francoalemán, y en la televisión pública de Alemania. Herren significa «hombres» o «señores» refiriéndose a los baños masculinos. Es la historia de tres hombres con descendencia africana —un brasileño, un cubano y un alemán— que limpian orinales públicos en Berlín. Trabajan de noche y se encuentran con un montón de personajes curiosos, y se enfrentan a prejuicios y sueños y a la sensación de que, como negros en una sociedad de blancos, son invisibles. ¡Es la primera película alemana casi totalmente hecha con actores afroalemanes y ya hemos recibido un primer premio en un pequeño festival! Me hace mucha ilusión.

Hay como mínimo dos maneras de emigrar y de inmigrar: por necesidad y sin nada o por gusto y con perspectivas de futuro; has vivido un poco las dos tipologías. ¿En qué pasaje de Si esta calle fuera mía se ve más, eso?

Diría que en el capítulo «Alameda dos Araés», donde hablo de diversos tipos de migración. Esta también fue mi primera dirección como migrante internacional e internacional, y por eso es el pasaje donde más lo reflejo.

Has cambiado de lenguas, países y también de clase social; en tu familia, como explicas, hay gente de nacionalidades y clases sociales muy diversas. ¿Hubo algún momento en que te dieras cuenta de manera flagrante de que en el mundo hay clases?

Lo fui aprendiendo poco a poco, desde pequeña y con mucha naturalidad. Como mis padres tampoco eran representativos de una clase social concreta, aprendí con rapidez los códigos para moverme de forma transversal. Eso no quiere decir que no viera las injusticias. Por supuesto que las veía, y me impactaban.

Cuando de joven volvías a Alemania por las vacaciones veías qué eran las tribus urbanas y volvías a Brasil de otra manera, ¿por qué?

¡Porque me parecía fascinante! La Alemania de mi infancia y adolescencia, cuando iba para visitar a mis abuelos maternos, era —entonces, a mis ojos— un mundo sin ricos extremos ni pobres extremos, cosa que en cambio marcaba muchísimo la sociedad en Brasil. Y por eso los adolescentes alemanes tenían otra libertad para buscar su identidad, que era a través de los modos de tribu urbana: punks, poppers, hippies, o cómo se denominaran. Y volvía a Brasil con alguna pieza de ropa moderna que parecía totalmente extraterrestre en São Paulo, muy fuera de lugar. Quizá entonces entendí que la moda como expresión individual es un privilegio de la gente en sociedades acomodadas; o de los artistas y otros seres libres y extravagantes.

¿Aquí cuenta más la clase social de la cual formas parte que el talento? ¿Y en Alemania?

No lo veo, ni aquí ni en Alemania. Obviamente los privilegios sociales ayudan, pero por suerte la clase significa solo una pequeña parte. El talento se impone tarde o temprano, venga de donde venga. Yo creo en eso.

¿En Latinoamérica ocurren cosas mágicas que no se entenderían fuera de allí? ¿Crees que viene de aquí la idea del realismo mágico? ¿Hasta qué punto hay de esto en tus novelas?

Son muchos los lugares en el mundo donde existe este realismo mágico, no solo en Latinoamérica. Es cuando ves lo sobrenatural como natural sin buscar ninguna explicación lógica, adaptándolo como un hecho más de la vida. Es una forma muy poética de ver el mundo, de narrar historias y acontecimientos, siempre teniendo en cuenta que lo aparentemente inverosímil sea creíble… Introduje algunos elementos de realismo mágico en mi primera novela Postal de Copacabana. En El día en que aprendí a volar el comienzo podría tener este punto, sí, pero en Si esta calle fuera mía no hay. ¿Quizá la historia de la postal parece más mágica que real…? Te aseguro que es real.

¿Qué tiene Nueva York que engancha a todo el mundo y hace que todos quieran quedarse?

Creo que por la concentración de talentos de cualquier parte del mundo. ¡Talentos de todo tipo! Supervivientes, intelectuales, artistas de la vida, científicos, soñadores… tienen una energía contagiosa y dan una esperanza absurda y del todo infundada de que tú también puedes encontrar tu lugar allí. Es un mito irresistible, aunque en decadencia.

¿Qué difiere radicalmente, entre barceloneses y neoyorquinos?

Quizá la curiosidad en la calle, la charla improvisada, profunda pero irrepetible que puedes tener con casi cualquier ciudadano de Nueva York que se sienta a tu lado en un banco de una plaza.

Has escrito la novela en alemán pero tienes muchas lenguas; ¿cómo te has sentido, leyendo la novela en alemán, catalán y castellano? ¿Te traducirías tú misma al portugués?

Me gusta mucho leer las traducciones porque el catalán y el castellano son lenguas románicas, como el portugués, y con eso la novela vuelve, para mí, a un terreno familiar interno. Pero no me traduzco al portugués.

Explicas la caída de la dictadura militar de Brasil el 1985. ¿Cómo lo viviste? ¿Qué cambió entre el São Paulo de antes y el de después?

Lo viví como un despertar político, a los diecisiete años. Y fui testigo de cómo la caída del régimen y el fin de la censura posibilitaron una explosión creativa en la ciudad, una especie de renacimiento. Seguramente esta sensación era muy parecida a la de aquí durante la transición.

Descubriste un secreto muy importante sobre tu familia y tu identidad y pasaste otro apuro muy y muy duro que también narras sin nada de dramatismo. ¿Cómo lo has hecho?

¡Con mucho trabajo y paciencia! Cada frase era un reto para conseguir darle este tono más ligero.

¿Qué significa pertenecer?

Como dice la misma palabra, es tener y formar parte de alguna cosa, de un lugar, de un origen… igual que la palabra identidad: ser parecido a los otros. Con los años, y también gracias a este libro, diría que he aprendido que se puede tener la sensación de pertenecer con las pequeñas cosas. Poder compartir el amor en todas sus formas y apariciones, las vivencias y las impresiones son, para mí, pertenecer, y aquí un momento es tan válido como una vida entera. No hace falta pertenecer siempre ni asimilarse a lo grande como por ejemplo una tribu, una nacionalidad, la sangre y la tierra: no hace falta ser representativo e inmutablemente definible.

 

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