Jordi Lara: «El sentir patriótico no hace más feliz que la adhesión al ajedrez»
9 junio, 2020
JÚLIA Bacardit: ¿De dónde surge, el relato «Zapatos de Nogal» incluído en Mística en cueros?
JORDI LARA: No lo sé. Pero supongo que de entrada hay una inquietud vinculada a una o más preguntas. La inquietud es el tema de la identidad, de esta necesidad de sentirnos vinculados a algo. No tiene porqué ser un país, o un territorio; puede ser una lengua, una música, o un mundo aún más pequeño, una sola persona, la cocina, ir a buscar setas. Lo digo en serio: nada me puede demostrar que el sentir patriótico de país haga más feliz a alguien en el transcurso de una vida que la adhesión al ajedrez. Todos tenemos una patria personal, pequeña, que nos regala un bienestar doméstico, y una patria compartida, que nos regala la ilusión de un camino común. Es una ilusión en el doble sentido del término, a veces es real, a veces no. Sea como sea, la identidad procura al individuo un bienestar anímico, emocional; enmascara un poco la intuición de saber que no somos mucho más que mierdecilla perdidas en un rincón de galaxia y con un pensamiento de historia que no es nada. Si hablamos de identidad colectiva, tendremos que convenir que los catalanes, como otros pueblos, tenemos problemas anímicos, sentimentales: tenemos una identidad bajo sospecha. Llevo conmigo esta angustia desde pequeño, que mis primos de Andalucía ni comparten ni entienden. Hay un momento del relato en que el narrador envidia a un niño andaluz, o al joven Damián, porque han podido crecer con el bienestar de tener un país con el que se pueden sentir identificados sin que nadie se lo discuta. De ahí que sea tan cansado, ser catalán. Sea como sea, del problema de la identidad surgen preguntas importantes y muy golosas literariamente: de dónde estamos? Qué azar nos ha hecho de dónde estamos? Y si mi abuelo no hubiera emigrado a Cataluña, ¿quién y cómo sería yo?
JB: En la dedicatoria del relato dices que «Siento que el muelle de cualquier ideología late siempre en la literatura, la añoranza de un mundo imaginario menos absurdo y fragmentario que la realidad».
JORDI LARA: Lo siento así, y de hecho esta idea sostiene el relato y la forma en que los personajes actúan. La ideología de cada uno de nosotros no es mucho más que la proyección compartida, colectiva, de nuestras debilidades personales. Imaginamos un mundo tal y como nos gustaría que fuera y lo transcribimos primero en forma de ideario y luego lo transformamos en un programa político. Pero estas operaciones se parecen mucho al hecho de hacer literatura: proyectamos vivencia y deseo hacia un mundo que no existe.
JB: ¿Qué hay de realidad y de ficción, en este relato?
JORDI LARA: Es verdad que mi abuelo era zapatero de Fuensanta de Martos y que su prima, Dominga Camacho, estaba casada con el capitán Cortés. Pero a mi abuelo le hicieron el vacío porque hizo la guerra con los rojos. Esta parte de la familia, sin embargo, no la conozco; me la he inventado para hablar de lo que quería hablar. El resto es lo que suele pasar en cualquier creación: coges de aquí y de allí y coses un muñeco parcheado con recortes de realidad. Fue importante, también, escribirlo en verano, cuando hacía el mismo calor, el mismo ahogo que quiero trasladar a los lectores. Recuerdo que lo empecé en un camping de Colera en el verano de 2015, y lo terminé en el estudio de Vic.
JB: El protagonista podría haber sido un andaluz que anda en bicicleta entre los cortijos, pero ahora ya es otra cosa, por catalán y por hombre de mediana edad. ¿La nostalgia del ‘podría haber sido’ articula en cierto modo la experiencia de ser de mediana edad en general y el conjunto de relatos de Mística en cueros en particular?
JORDI LARA: «Lo que podría haber sido y no fue» creo que es una de las fuerzas motrices de mi literatura e incluso de mi manera de afrontar la experiencia de la vida (y esto es una cruz y una oportunidad a la vez)… la nostalgia no es sólo la evocación de lo que hemos vivido: también es la fabulación de lo que hubiéramos podido vivir. El personaje del padre, sin embargo, se pasa todo el relato negando la nostalgia como si fuera una debilidad propia de la vejez. La verdad es que la nostalgia tiene mala prensa en la vida y en la literatura, pero yo entiendo que es la base de toda creación, aunque sea nostalgia de cosas que no hemos vivido. Yo creo en esto: tengo nostalgia de cosas que no he vivido, de cosas que sólo he leído, e incluso de cosas que no sé cómo me han llegado al inconsciente. Volviendo a lo del padre: él niega la nostalgia ante el hijo pero al final, a escondidas, se entrega a la gran fiesta de la nostalgia con la tía Carolina celebrando la Navidad como el celebraban cuando niños, aunque sea agosto. Hay otro aspecto: los relatos del libro quieren inocular ficción a la realidad para hacer visibles sus costuras. En este caso, el padre se inventa una ficción imposible (lo hace como si fuera un venazo de viejo, lo de querer encontrar unos zapatos como los que hacía el abuelo) que todos sabemos -el lector y los familiares- que es una ficción. Pero con este deseo ficticio el padre hace aflorar una realidad que de otro modo hubiera sido difícil: la reconciliación con los parientes, la nostalgia, la identidad, etcétera.
JB: La mayor parte del libro Mística en cueros son relatos largos que podrían convertirse fácilmente en novelas. ¿Por qué?
JORDI LARA: Es una extensión con la que me siento cómodo para poder desplegar cierto argumento, sobre todo porque no parto de una situación o anécdota, sino de unos personajes que tengo suficiente espacio para esbozar y para dejar que campen a su anchas. «Zapatos de Boscal» intento que tenga la intensidad de una novela, y de hecho los temas que quería explorar, que son la identidad, la relación padre e hijo en la vejez de los padres, la nostalgia que se niega… ya los he podido tratar. No necesitaba más páginas.
JB: ¿En qué se parecen el propósito de no fumar y el de lograr la independencia de Cataluña?
JORDI LARA: Todos tramamos propósitos secretos que nos resultan inconfesables, ¿no? Cuando esto ocurra, nos decimos, empezaré a hacer esto otro. En este caso son dos cosas muy alejadas, pero todas expresan un deseo de bienestar, y en la vida al final no sabes qué ha sido más importante para ti, si un gran evento colectivo o una nimiedad íntima. Hay un momento en que el narrador se fuma un cigarrillo a escondidas y dice que «tiene el sabor de un volver a casa». El tabaco también es una pequeña patria, para el narrador. Y sólo renunciará a ella si se siente cobijado por otra patria que le guste más.
JB: Vencedores y vencidos de la Guerra Civil van a poner flores a la tumba de un criminal franquista, Santiago Cortés, a quien vemos agonizar. ¿Cómo diluir las rivalidades que habían sido motivo de morir y de matar ochenta años atrás?
JORDI LARA: Es una escena bonita, porque no es una escena de reconciliación pero tampoco de hipocresía. Las rencores se diluyen a medida que avanzan las generaciones, a veces antes o a veces después, según el talante cultural o familiar. El personaje del padre no viaja a Andalucía para vengarse de nada: seguramente va porque siente la obligación de hacer saber que a su padre lo maltrataron los parientes. Lo hace por su padre y por sí mismo. Y luego está el personaje del hijo, el narrador, que se da cabezazos con unos parientes que encarnan las antípodas de su ideario independentista, porque son herederos y admiradores sentimentales del fascismo español, ideario con la diferencia. Pero todos juntos, unos y otros, dan un paso más allá: gana la humanidad. Bueno, el relato lo explica major de lo que lo estoy contando yo ahora. No es necesario explicarlo.
JB: El narrador habla del furor uniformizador del imperialista.
JORDI LARA: Es así: lo que provoca conflictos no es la diferencia, es la no aceptación de la diferencia. Hay pueblos que son uniformizadores de matriz, los pueblos que inventaron el imperialismo y el colonialismo, no hace faltas decir cuáles son. Tienen virtudes, estos pueblos, naturalmente, pero son uniformizadores y creen que es legítimo imponerse a otros pueblos. En este sentido hay una reflexión por hacer: si la patria del escritor es la lengua, no puedo entender que haya escritores que desde el confort de una lengua fuerte se pongan de culo contra otra lengua más débil. No lo puedo entender. Es como si un trompetista odiara el arpa. No tiene ningún sentido.
JB: ¿Ver envejecer y morir a los padres es un segundo rito de paso adulto?
JORDI LARA: Dejar de ser una generación intermedia en el ámbito familiar y pasar a ser la generación mayor provoca un cierto escalofrío, un miedo que debe ser similar e inverso al de la acritud de los niños, que intuyen que son la generación más reciente y débil. Yo tengo un sueño recurrente e imposible: pasar una tarde, siendoniño, jugando con otro niño que fuera mi propio padre. Es una fabulación que proyecta una frustración: hay un momento en que entiendes a tus padres; entonces te gustaría que tuvieran tu edad para compartir esta buena noticia con ellos. Pero cuando les entiendes ellos ya no son los mismos. No los puedes perseguir nunca.
JB: Para el padre, la patria son los hijos.
JORDI LARA: Cualquier cosa que te permita aferrarte al yo y al nosotros sin que te arrastre el tiempo y el espacio puede ser tu patria. Cualquier cosa. Llega un momento en que el padre renuncia al yo en favor de una posteridad que ya no podrá ver: es cuando siente que el confort de una patria lo encuentra más en los hijos y en un posible futuro que en la tierra como testimonio del pasado.
JB: ¿Te salió el relato que querías escribir?
JORDI LARA: Esto nunca lo sabes del todo. Pero el oficio y la intuición te procuran otros certezas, como saber si has conseguido no escribir el relato que no querías escribir. Es importante acotar los peligros del relato, cuando te pones …
JB: ¿Y cuáles eran estos peligros?
JORDI LARA: El primer peligro era que el relato fuera un panfleto ideológico. A mí, la literatura con ismos, con consignas, por más modernidad que exhale, me irrita. Claro que siempre late, en el texto, la idiosincrasia de un narrador, una manera de concebir el mundo, pero eso no puede ser el último objetivo comunicativo con el lector. El objetivo es compartir con el lector el bello patetismo de la condición humana. El otro peligro de este relato era que fuera un melodrama de la decadencia del padre y del hijo.
JB: ¿Por qué este villancico, Los Campanilleros?
JORDI LARA: Creo que en origen no era un villancico, pero a partir de la versión de La Niña de La Puebla se popularizó así. Una vez lo oí cantar a mi padre, que cantaba muy bien y de joven había sido vocalista de orquestas de baile, y me hizo sentir nostalgia de una Andalucía que en realidad no he vivido, porque la hemos visitado muy poco (y él también, porque se fue con 16 años y no ha vuelto más que media docena de veces, escapadas breves). Cuando oigo esta canción sé que hay una parte de mí que vive allí, en la Sierra de Jaén, viviendo una vida posible. Todos somos un poco la posibilidad de lo que hubiéramos podido ser.
Al final del relato «Zapatos de Boscal» el padre del narrador y la tía Carolina celebran la Navidad en pleno mes de agosto. Mientras la tía Carolina toca una zambomba, el padre canta el villancico andaluza «Los Campanilleros». Se desconoce el origen de esta villancico, que hace referencia a los grupos de agricultores andaluces que, de madrugada, pasaban por los caminos cantando y haciendo sonar cascabeles para que la gente se uniera a la procesión, que se dirigía a la misa de la alba o al Rosario de la Aurora.
En 1929 el cantaor jerezano Manuel Torre grabó la primera versión de la canción con la letra original, la más antigua, que es la que canta el personaje del padre al relato. Pero quien popularizó en serio la melodía fue la cantaora ciega La Niña de la Puebla, que poco después grabó una versión del tema con letra de su padre. Aquí la tenéis.